5 de junio de 2012

INFUSION ETERNA


Cuando se marcha Felipe me dedico a toda clase de actividades cautivadoras. Riego las plantas del balcón, empiezo con los geráneos y termino con las orquídeas, limpio la casa, friego los baños, pongo la lavadora, doy de comer a los canarios y preparo el almuezo - pasta italina con cebolla, bacon, nata y albahaca. Finalmente, si tengo tiempo, me tumbo en el sofá con las piernas encima de la mesa a leer Fyodor Dostoievski ("El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir sino en saber para que se vive..."). Cuando acabo me siento vieja y deprimida. La muerte no me da miedo, lo que realmente me asusta es la espera, el suspenso que precede a la derrota. Batalla perdida, la vida sucumbe ante la muerte.
Me siento en la cocina y me preparo una infusión. Y me detengo a pensar en lo absurda que es la vida, en la futilidad de la existencia, en la vacuidad del recuerdo, en el olvido, en la angustia existencial sin razón y sin motivo. La eternidad se nos escapa, poco a poco transcurre el tiempo que nos acerca, cada vez mas al fin.

Anoche nos dijeron que falleció D. Antonio, el vecino del segundo, un hombre simpático, agradable y de ojos azules. Su mujer le lloró hasta quedarse sin lágrimas. Nos contaron que murió atropellado por un camión de la basura. Nadie nos lo dijo, pero todos lo adivinamos. Estaba borracho. Este hombre, como todos nosotros tenía sus debilidades, y las suyas eran el juego y el alcohol. Le echaremos de menos, dijimos todos. Y después nadie supo que más decir.

La muerte se lo ha llevado. ¿A dónde?. Quisiera pensar que la nada será su nuevo hogar. Pero la incertidumbre me carcome los huesos. Me levanto, dejo la infusión en el fregadero, me acerco al balcón y cierro la ventanas. Que no entre el aire.

Almudena.